La feria de Málaga está pegando ya sus últimos coletazos, pero en Live the roof seguimos teniendo ganas de música, sobre todo si es de calidad. Como es el caso de Boza, que la noche del viernes nos hizo una visita guiada a La mansión de los espejos, título de su Lp.

Aforo completo en la azotea y ambiente caldeado esperando la llegada de Carmen Boza, que se subía al escenario –junto a Toni Brunet, productor, arreglista y guitarrista de su disco - anunciando que, ya que estaba en su segunda casa, iba a hacer un repaso del disco y otras canciones algo más antiguas.

Y entre anécdotas sobre sus idas y venidas a distintas ciudades, su misticismo y el arte que desprende ella solita, su repertorio se centró, sobre todo, en su último disco La mansión de los espejos (financiado por crowdfounding hace ya casi un año y que tuvo un éxito rotundo), pero, como ya anunciaba, no podía dejar de lado aquellas preciadas canciones de su pasado que, sin duda, tienen un hueco muy especial en su presente, dejándonos con la melancolía de aquellos días en los que quemábamos Youtube y aquel añorado MySpace.

La mansión de los espejos y Desconocidos fueron la apertura del concierto para pasar a Restos de mi verano, una canción que, como ella misma dice, escribió «para curarse». El público entró de lleno en el espectáculo y empezó a corear los estribillos.

Carmen aprovechó para dedicar A la altura justa de tus ojos a su familia, que había ido a verla y estaba en primera fila arropándola. Y a continuación homenajeó a Juanito Makandé versionando su Niña voladora, con la que terminó la primera parte del concierto con un público más que entregado.

De vuelta del pequeño descanso propuso un brindis «por las personas que se meten donde no les importa» y cantó Mi do menor, canción muy esperada por los asistentes y que arrancó varios aplausos espontáneos.

Con las maravillosas vistas al mar, a una noria que aún no gira e incluso a un helicóptero que sobrevolaba la zona, Boza conquistó un trocito de Málaga que entre tanta feria y Cartojal quiso hacerle compañía durante una breve pero intensa hora y media.

Si hay algo que me encanta de ir a conciertos, es la sensación que se te queda en el cuerpo cuando sales de allí. La mía fue, tras esta primera vez con Carmen, la de querer adentrarme más en su historia, en sus letras, en su humor de andar por casa que lo hace tan maravilloso y familiar, como si conocieras a esa muchacha de toda la vida. Y eso es saber hacerlo bien.

Vuelve a la ciudad en octubre, esta vez con banda, y nosotros ya la echamos de menos.

Por Curro Ayllón y Nazaret Alfayate
Fotos: Daniel Fernández